jueves, 14 de enero de 2016

EL PÚBLICO

El seguidor del equipo madrileño no era muy alto, tampoco “bajito”, se había dejado uno de esos bigotes que nos recuerdan viejas fotografías en blanco y negro, su pelo parecía ligeramente engominado y las gafas de sol, perfectamente inútiles en Ordizia aquella mañana, no dejaban ver sus ojos.
- Tu amigo tiene una pinta de “facha” que echa para atrás -le dijo el Marqués de Altamira a Galtzagorri en un aparte - ¿De dónde lo has sacado?
- Era el medio de melé en el equipo de la Facultad de Derecho -contestó el donostiarra mientras su nuevo acompañante intentaba hacerse atender en la atestada barra de una taberna- y jugaba como un diablo.
- Es que en la tres cuartos admiten cualquier cosa -añadió el Barón de la Florida que, con unos reconocibles gestos de guía turístico, había estado un buen rato hablando con él en medio de la plaza-, pero a mí me parece un tipo muy majo.
Una horas más tarde, cuando sólo el bigote permanecía en su sitio de la cara de la visita, y la conversación había ido y vuelto varias veces del pasado al futuro del rugby, el Flecha, apodo que identificaba al madrileño, se puso filósofo:
- El público de Altamira no es perfecto, en el rugby también somos humanos y nuestro público, aquí o Las Terrazas, es excesivamente pasional en ocasiones, pero siempre hay alguien que dice las palabras mágicas “Por favor, que esto es rugby” y las aguas vuelven a su cauce ¿Se perderá este efecto alguna vez? Soy optimista, esta temporada mis circunstancias personales me están permitiendo ver partidos de rugby por todo el Estado español (sic) y el respeto que se practica ahora es superior, me parece, al que había hace diez o quince años cuando solo estaban las novias y un par de sufridores al borde del terreno ¿Te acuerdas de aquella touche catalana y el toque de paraguas en…?
- Por favor, que esto es rugby -dijo Galtzagorri, rascándose la nuca-.



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